La noche en su ligereza,
cálida y limpia,
es todo comienzo.
Oigo suspiros lejanos:
¡Bandrés! El camarada de bailes,
buscando a la mujer ladina,
entre la multitud, perdida.
Y por el sendero de la espera,
mi abogado setentón,
sensible y de amenazas,
todavía aguarda,
a la que partió de su mundo,
por pena y principios,
sin providencia alguna,
envuelta en su vestido líquido,
dolorosamente inolvidable.
A veces, reconoce su silueta,
al fondo de la calle,
para perderse en una encrucijada,
o en una amenazante desconocida.
Su sufrimiento es tal,
que se ha vuelto sagrado,
ante mis ojos.
Y yo,
a través de la puerta blanca,
oigo tu voz suave, cálida,
de despedida hasta el alba,
y mis dos ojos,
bajan suavemente al sueño,
con una alegría, lenta e invasora.
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