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26 de junio de 2017

El hijo en paro


¿Qué le puede importar,
a la ciudad,
y al lucero vespertino,
tu opinión,
sobre los rastros,
de compasión,
en sus calles, sus ventanas,
y su luz lechosa y lejana?
¿O la firmeza,
Con que cierras,
al entrar, en tu pequeña morada,
mientras suenan las vísperas?

Ya sentado,
Y sosegado,
en tu paciente jersey gris,
tienes tu momento justo,
la voz a punto,
de separarse,
de tu cuerpo,
como un recuerdo.

El imperceptible dolor,
tan repetido,
de tus padres,
al pronunciar tu nombre,
asciende como un polen,
en suspensa angustia climática,
sobre antenas y azoteas.
Por unos instantes,
la soledad, se veía invadida,
de visitas de gente banal,
entre amigos y conocidos,
funcionarios y psicólogos,
diciendo cosas extrañas,
y gente estrambótica,
visionarios y gurús,
diciendo banalidades.

Pero si te abrazaban,
todos se debilitaban.

Tus papeles del paro, con un largo número,
parecido al Pí,
¡Cuántas espaldas caídas!
¡Cuántas cabezas flotando!
Se mancharon de café, esta mañana luminosa,
en el desayuno.

Tu nombre, tu currículo,
Y tus necesidades,
están apuntados,
en las paredes del Ayuntamiento,
Y tras tanto sufrir,
Y por ello,
Tus padres, son capaces quizás,
de descifrar tu sino,
mirando al edificio,
por el movimiento de sus ventanas.
¡Esperémoslo!

Título: El hijo en paro. Anthony Poon. Singapur. "El verde, tranquilidad y esperanza, abunda alrededor de un hombre abatido".