Federico llenaba
un vacío de la Biblia,
el de la risa.
Se reía religiosamente,
con tal intensidad,
que consolaba
al instante,
en los duelos,
las penas,
más devastadoras.
Nunca supe su secreto,
Si era un don,
o una inocencia
muy combativa.
Nunca vaciló,
en la risotada,
hasta el final.