Había enmudecido
El viejo motor,
Un laberinto de esfuerzos
Y desgastes entre cojinetes,
nerviaduras,
y barras metálicas,
a los que el recién llegado,
no era indiferente,
con una destreza,
de música callada,
lo arregló limpiamente,
en giros rápidos,
y pidió un precio
tan justo,
que cuando se fue,
tuve que sentarme,
y respirar hondo,
porque supe,
que te ibas a curar,
con toda justicia.