Aquel Iceberg,
el mío,
era inocente,
de embestir,
a mi barco,
toda mi fe,
toda mi gente.
Del barco,
La melodía ultima,
la nuestra,
le llegó,
hasta la entraña,
al coloso de hielo,
haciéndola suya,
y resonando
en nosotros,
y nuestros espectros,
hasta las aguas
lejanas, y profundas.
Ni mi trágico barco,
Ni mi inocente,
y ancestral iceberg,
todo se aleja y se acaba.
¿Pero quién,
hace callar,
de vez en cuando,
de aquellas,
tremendas siluetas,
su música escuchada?