En fulgor blanco,
la nieve,
universal y silenciosa,
cubre La Concha,
la trainera de
Orio,
y en lo alto,
el Cementerio de
los Ingleses.
Los tamarindos
del paseo,
mas que nunca,
no son tamarindos.
El menor de los
Azpiroz,
viene del cantar
navideño,
no olvida,
entre los ojos,
lleva una luz
apagada,
y contempla el
coche fúnebre,
de Apalategui,
cubierto por la
nieve,
en la Calle
Hernani,
mientras, corre
por el paseo,
rechinando las
zapatillas,
sobre todos los
susurros
acolchados de la
ciudad,
el mayor de los
Arrieta.
Se parará pronto,
por ella, y el perdón.
Bajo un cielo
límpido,
ardiente en la
luz helada,
tras su parto,
el mundo se abre,
a los inocentes de blanco,
que cantan al amanecer,
y luego se callan.
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