Era la hora,
el sitio
y la silueta,
para abrir y cortar
En unos instantes,
llegó al húmero,
Y tropezó
con tal piedad,
Incrustada en el hueso,
que el quirófano fue invadido,
por una claridad,
en la que nadie faltaba,
exaltando la soltura,
en recortar cartílagos,
sin rasgar los músculos,
palpitantes de lealtades,
del hombre tendido.
Y un poco de sangre roja,
jubilosa, para terminar,
como acción de gracias,
de los presentes,
y de los que esperan
renacer.
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