Vibró al amanecer,
el dulce silbo,
en la voz paternal:
“Iñaqui hijo,
levanta, ha llegado la hora,
Vamos al encierro"
Lo saben,
el último,
para el padre.
¡La estampida!
Torrente de toros,
Corredores y espectros,
Con las suertes juntas,
Y la manada partida
Doloroso, hondo y cuajado,
nada personal,
cabeceó,
Y rompió a Jack,
Horrísono impacto,
sobre el viejo suelo,
de La Estafeta,
¡Hueso blanco,
músculo rojo!
Chris, en el hirviente,
Hospital pamplonica,
Contempla a su amigo.
¿Por qué Dios,
Ha bendecido a Jack,
con esa herida gloriosa?
Y ahora, la luna espléndida,
tan cerca,
del íntimo susurro,
que escucha,
todo Pamplona:
“Gracias padre,
para siempre”
Ese silbo susurrado,
ya arriba,
Cruzando el mar,
con Jack y Chris,
que llevan, Ernesto, como tantos,
el tacto del cuero pamplonica,
en los latidos, de sus corazones.
Abajo, arrastran a Doloroso,
Con los ojos abiertos,
vueltos hacia Irati,
donde alguien,
¿Pájaro? ¿Persona?
lloraba un canto.
¡Que segundos tan cortos!
Para el estallido ardoroso,
de una canción,
Tan lejana, festiva y dolorida.
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"El viejo y sufrido suelo de la estafeta"
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