En el alto Orense,
cepillado y lavado,
tomó Elena,
de la cueva el queso,
con los olores antepasados.
Nada más
llegar a la plaza,
notó la agitación,
las miradas febriles,
desde la ventana,
de las Sanchís
recién llegadas,
y de fondo,
el cántico desgarrado,
de Roberto,
mientras Julia,
dormía agitada,
sonoras pesadillas,
de peso y precio.
Era demasiado pronto,
no había fermentado
suficiente, la esperanza.
Volvió más lenta,
al silencio generoso,
de la cueva,
y lo depositó,
hasta saborear,
días más luminosos.
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