Un tenue resplandor,
al fondo del camino.
¡Otra vez!
Los cordones
se desatan.
Cada cien metros,
tenía que parar y agacharse,
para atarlos de nuevo.
Del nudo de la abuela,
al nudo del rizo,
hay que fijarlo,
enlazando sin tocar,
el nudo del misterio.
Ya llegó aliviado,
a
la encrucijada.
¡El lugar de los
diez mil caminos!
¡Qué desolación!
Y las gárgolas